Apenas era yo un mozalbete que estudiaba el último año de Periodismo —como le gustaría decir al inefable Pepe Alejandro—, cuando junto con mi hermana y colega Yimel Díaz Malmierca nos quedamos atrapados cierta vez en el periódico Trabajadores.
Nos vimos de pronto completamente solos después de que todo el mundo se fuera a casa y alguien se olvidara de los dos estudiantes que digitaban frenéticamente cientos de encuestas hechas a los constructores del Contingente Blas Roca para nuestra tesis de licenciatura, en un minúsculo departamento de fotocomposición donde estaban las únicas computadoras de palo que existían por aquel entonces.
Para escapar de nuestro encierro tuve que bajar por la escalera de incendio del Poligráfico, esa aburrida mole gris de inspiración soviética donde en cada piso había un periódico y que por aquella época nos parecía todo un palacio de la modernidad.
A pesar del pequeño escándalo que se desató con el cuerpo de seguridad y protección del edificio por la grave falta de dos jóvenes extraños a la institución que terminaron trancados en una redacción, en aquel momento la aventura solamente devino en divertida anécdota por unos días.
Hoy, cuando Trabajadores cumple 55 años de fundado, ese episodio quizás lo recordemos nada más sus dos principales protagonistas, quienes también nacimos casualmente en el icónico año 1970 y que más de treinta años después todavía permanecemos “atrapados” por la magia de ese colectivo.
Porque desde el primer año de la carrera el periódico de la Central sindical cubana se me reveló como una vocación hacia un periodismo muy particular. Ser parte de sus profesionales me ha permitido conocer a Cuba desde abajo, y a todo lo largo y ancho de su geografía, en un acercamiento a la gente que más aporta, sufre y sueña por este país: la que trabaja.
Trabajar en Trabajadores —¡y que viva esta redundancia! — te regala una visión privilegiada de los luminosos secretos de nuestros centros laborales, las pasiones desatadas de las asambleas obreras, la modestia fecunda de los científicos, el sacrificio creador de los maestros y los médicos, la sabiduría legendaria del campesino, las peleas contra la desidia y los excesos administrativos; todos los problemas, en fin, de la sociedad cubana desde la platea proletaria en la primera fila.
A la singularidad de su perfil editorial, que intenta despejar las malezas del enyerbamiento económico y social del país desde la excepcional óptica, por su responsabilidad y compromiso, de los trabajadores y sus sindicatos; hay que sumarle la nobleza, entrega y humildad de quienes han coronado esta obra de cinco décadas y media.
A Trabajadores, como publicación nacional, posiblemente todo le haya resultado más difícil siempre de conseguir que a sus pares; pero esto nunca nos ha impedido plantearnos hacer el mejor periodismo que estuviera en nuestra capacidad y sentimiento alcanzar.
El diario impreso devenido semanario por culpa del periodo especial fue también a finales de los 90 pionero en el periodismo digital, y ahora transita otra vez por los caminos de la experimentación en su gestión editorial y financiera, sin perder un ápice de la familiaridad que nos caracteriza.
Ha tenido Trabajadores plumas filosas y encumbradas, precisamente porque lo predominante entre tanto colega que he conocido allí ha sido la sencillez del buen oficio y la rara virtud de no creerse cosas, como se dice popularmente cuando no se comulga con el engreimiento o la soberbia.
En mi periódico —con ese sentido de pertenencia lo nombro siempre— muchas personas hemos hallado hogar, hermandad y solidaridad, en las buenas y, sobre todo, en las malas. Es uno de los pocos centros de trabajo que conozco donde la gente se va, prueba suerte por ahí o cambia un tiempo de labor, y luego un día regresa como si nada hubiera pasado.
Sus redacciones, además, han sido un espacio de aprendizaje para generaciones y generaciones de estudiantes, donde todo el mundo es recibido sin distancias intimidantes ni protocolos innecesarios, a la vez que se aprende y se enseña a reconocer y respetar las jerarquías profesionales que puedan dimanar exclusivamente del arte del ejemplo.
Felicito entonces a mis colegas, a los de ayer y los de hoy, a quienes tanto me han enseñado y cuidado; a nuestro colectivo completo, con ese modo tan puro de hacer y dar cariño, para junto con los trabajadores cubanos sostener—como dice el eslogan de este aniversario 55— una fiel osadía.